Tanto tiempo encerrado, amarrado. Como perro castrado que descansa en el sofá, sin deseos, sin ganas de salir a perseguir alguna perra, adormecido. El anestesico común de la televisión deja de hacer efecto; hierve la sangre en el calor de Santiago, un horno eléctrico y quimico que magulla la carne. Soy solo un simple gusano sobre el sillón, una rana en una olla a punto de hervir, que no presiente que puede morir en cualquier momento. El brillo metálico de los artefactos de la cocina, la tarjeta de credito sin cupo; el último trozo de queso, pudriendose en refrigerador, junto con ese tomate solitario, que ya es gris en la maryor parte de su piel; un par de botellas rotas en el rincón, recuerdos de buenos tiempos casi inmemoriales, borrosos, corroidos. No he visto un espejo en meses, no reconocería mi propio rostro. No se de nadie en semanas, el último timbre de teléfono lo hizo algún cobrador que ya debe haberse rendido. Y mis amigos, mis antiguos amigos, desaparecieron en el mar de zombis que es esta puta ciudad; son felices con un 1.7% de interes, pagando en trabajo su vida tranquila, sin aguas turbias. Ellos se deshicieron de esta mancha en sus trajes de medio millón, este testarudo que se quedó pasmado en algún punto de su vida. Tiemblan mis piernas, una pieza metálica y cromada salta de una mano a otra, como esperando una señal que la haga quedarse quieta. Una botella de licor sin etiqueta, y a medio vaciar, está sobre la mesa, un buen sorbo no me haría mal. Arde en la garganta. Silencio, porfín. Un segundo de descanso, una avenida que calla, que deja de sonar. ¿Será esa la señal? Algo en mi interior dice "Sale, elimina, mata", pero mis piernas no responden. Debo esperar un poco, ser paciente. Alguien toca la puerta. Se escucha mas fuerte en contraste con el silencio del exterior. ¿Será una broma o un desalojo? ¿Será un vecino preocupado o un policía siguiendo la pista de alguna bala registrada a mi nombre? Solo sé que si intenta entrar, lloverá el plomo sobre su frente. Vuelve el sonido a las calles, pero el golpeteo en la puerta no se va, de hecho, se vuelve mas fuerte. Tal vez sea alguien de la oficina, preocupado porque hace más de 6 semanas que no me presento en mi trabajo. Idiotas, trabajar es para idiotas. Yo, por el contrario soy la versión siglo 21 del ciudadano ideal. El último golpeteo en la puerta fue hace 15 segundos. Que paranoia; deberia ir, abrir la puerta y meterle una bala en un ojo a quien perturbó mi sedada calma. Talvez traiga pastillas. Me acerco a la ventana e intento ver que sucede, pero al correr la cortina la luz del día me ciega y me obliga a hacer esto lentamente, me rindo antes del segundo intento. Algo en mi mente insiste. Está bien, iré a la puerta ahora. Miro por el ojo mágico y veo solo lo habitual: Zombis. Los mataría con un hacha si pudiera. Ahora si, el pestillo gira y suelta la puerta para poder abrir. La cerradura cede, y la luz de afuera comienza a penetrar lentamente. Un paso, 5 balas, 3 mías y una placa brillante. Me lo merezco por tener mas apariencia de zombi que ellos.