La creían desaparecida, entre la uniformidad del consumo obtuso y simplista, la creían desaparecida.
La creían obsoleta, entre la infructuosa expectación seudo-democrática, la creían obsoleta.
La creían abandonada, en un rincón olvidado del mercado que es casi omnipresente, la creían abandonada.
La creían sepultada, entre fosas comunes y consciencias vendidas, la creían sepultada.
Pero no estaba ni muerta, ni desaparecida, ni obsoleta, ni abandonada y nisiquiera sepultada, el crimen y el dinero no pudieron con ella, la esperanza sigue viva, la esperanza de que algún día, mas temprano que tarde, el pueblo dinamite las puertas de esas grandes alamedas y penetre, puño alzado, en la hermética cabina del poder y recupere a mano armada todas las esperanzas que las papeletas han sepultado, todas las cosas que el consumo no pudo comprar, todas las horas que la expectación democrática nos ha quitado, todo lo que el mercado se ha apropiado, todos los martires que han muerto por ella.
Viva la revolución.