sábado, 11 de abril de 2009

Eres, eras, llegas a ser.

A ratos, cuando la vida deja de exigirnos madurez,
te vuelves mi Remedios. Esa niña caprichosa,
indefensa, ni siquiera apta para compromisos
que me deja pasmado ante sus ojos, 
o al otro lado del teléfono.
Y me vuelco obsesionado a escribirte pecesitos de oro
a ver si consigo llenar el capricho, hacerte reír.

A ratos, cuando la conversación se tempera,
y llega a quemar te vuelves María, 
y no se si eres mía.
No comprendo nada de ti excepto que eres para mi.
Y que no quiero odiarte, ni darte muerte.
No seré tu Castell.

Pero a veces, gran parte del tiempo, 
especialmente cuando estamos solos, eres solo Daniela
sin coraza, sin caparazón, sin cristal.
Ahí, en esos precisos momentos no te siento ni mía, ni para mi.
Te siento, simplemente, parte de mi.
Esa otra mitad perdida, desde el origen del amor,
que se escondía entre los recónditos rincones del tiempo y el destino.
Y ahí, al frente mío, con tus ojos que reflejan los míos
me dedico simplemente a mirarme al mirarte.

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